sábado, 17 de septiembre de 2011

Recuerdos de Smith

Hola a todos!! Disculpenme por retrasarme, pero tuve algunas cosas que resolver jeje, pero heme aquí con el último relleno de la historia. A medida que lo iba haciendo descubrí que este relleno encaja perfectamente con el cap. 31 "Regreso" así que le hice unas modificaciones para que pudiera relacionarse con él. Aquí leerán parte de la infancia de Anderson vista desde los ojos de Smith, cómo se conocieron, por qué Anderson se cayó del caballo cuando era pequeña, y su actitud ante todos las personas del reino de los guerreros. Disfruten de este "pequeño" relleno n_n


Recuerdos de Smith


Ver a Anderson tan cambiada era muy extraño, sonreía, reía, sus ojos se veían felices y tranquilos, y todo se debía a la presencia de ese caballero. Sergio logró llegar al corazón de Anderson, le quitaba todo ese dolor y peso que ella cargaba.
No me gustaba perder y menos ante el enemigo, pero ver a Anderson así… no me atrevía a borrar esa sonrisa de su rostro, ese brillo de paz que tenían sus ojos. Ella más que nadie merecía felicidad ¿Quién era yo para quitársela? Aunque la amara hasta el punto de dar mi vida por ella, no le arrebataría esas emociones que emergían de su ser. Prefería verla feliz con otro, verla reír a su lado, antes que infeliz, seria y llena de odio, conmigo.
Al recibir la noticia de Ren, su semblante de felicidad cambió a ser, justamente, el mismo de antes, el mismo desde el día que la vi por primera vez.
Tenía doce años cuando la vi. Ese día estaba emocionado porque por fin podría unirme a los guerreros, hombres de honor, con técnicas asombrosas que luchaban por mantenernos a salvo, sin mencionar que eran bien pagados, mis padres necesitaban el dinero. Mi padre era carpintero, y mi mamá costurera, con sus empleos se ganaba sólo lo justo, con eso no podíamos vivir cómodamente. Amaba la carpintería, mi padre lo sabía, pero si queríamos salir de esa situación económica, necesitaba un trabajo que me ofreciera mayores ingresos, ser guerrero era una buena opción, sería una forma de retribuir todo lo que el reino nos ofrecía.
Me despedí de mis padres antes de echar una carrera al lugar de prueba para ver cuáles jóvenes eran aptos para convertirse en guerreros. No cabía en mí de la emoción. Al tener más de la mitad del camino recorrido, me encontré con otros niños, unos eran más altos, otros más anchos, me sentía algo enclenque ante ellos. Todos nos reunimos ante un hombre alto, fornido y cabeza rapada, de unos ojos negros.
—Acabó el tiempo, los que no han llegado ya no podrán participar en la prueba. Empezaremos con las presentaciones, yo soy el General Raúl Pérez y dependerá de mí quién entra y quién no. La prueba constara de dos etapas, la primera será de resistencia y la segunda de rapidez, ambas pruebas se llevaran a cabo hoy. La resistencia se medirá en un combate cuerpo a cuerpo —se alejó de nosotros. —Hagan un círculo, las personas que señale tendrán que empezar con la prueba, les advierto que ganar la pelea no es garantía de ingresar al grupo de lo guerreros —empezó a dar vueltas alrededor de nosotros. —Tú y tú —un chico pelirrojo y otro castaño, salieron del grupo. El castaño ganó la pelea por muy poco, sino hubiera sido porque el pelirrojo tropezó, el castaño no hubiera acertado ese golpe al estómago.
El General Raúl Pérez nos observaba con mirada de halcón. Pasé saliva cuando llegó mi turno, estuve entre los últimos. Mi oponente era un chico corpulento, de mirada desdeñosa con ojos cafés y cabello muy corto, de color negro. No tuve que hacer mucho esfuerzo, la verdad es que el chico era de pie pesado y torpe. Quedó en el suelo en menos de diez minutos. Luego de tres combates más, volvió a hablar el General Raúl.
—La prueba de rapidez consiste en ir a buscar un objeto a las profundidades del bosque, cada objeto tendrá a dos de ustedes como destinatario, así que el primero que llegue, lo tomará y lo traerá de vuelta. Recuerden, lo importante es traer el objeto, pueden hacer cualquier cosa para conseguirlo, excluyendo, claro, la muerte, heridas de gravedad o inmovilizaciones que puedan afectar a futuro.
— ¿Cómo es el objeto?
— ¿Cómo lo conseguimos?
— ¿Quiénes serán nuestros rivales?
Todas estas preguntas emergieron del exaltado grupo de chicos que se recuperaba del cansancio.
—Ninguno de ustedes sabrá qué objeto les toca. En el mapa que les daré podrán ver las indicaciones para poder llegar a él, son bastante simples, así que es imposible que se extravíen. El rival que les tocará será desconocido para todos. Después que les entregue el mapa, tienen totalmente prohibido conversar con sus compañeros, la sola acción de pronunciar palabra será la expulsión inmediata. Hagan una fila para poder entregar el mapa —obedecimos temerosos. Nadie quería arriesgarse a ser expulsado. Los murmullos fueron bajos, pero hubo uno que me llamó la atención, me concentré en esa conversación.
—Hubo alguien que logró entrar al grupo de los guerreros con tan sólo once años.
—Sí, y dicen que es lo mejor de lo mejor, no hubo nadie capaz de vencerle, dicen que intentaron por todos los medios detenerle, pero no pudieron.
— ¿Por qué no querían que entrara? —pregunté, uniéndome a la conversación. Me miraron emocionados.
—Dicen que es muy singular en todos los aspectos.
—Y no tuvieron otra opción que aceptarle al ver sus increíbles habilidades.
— ¿Quién es?
—Anderson.
— ¿Con tan sólo once años lo aceptaron? Era muy pequeño, es el primer caso que existe.
—Y el único, nadie jamás manda a su hijo a tan corta edad, no importa lo bueno que sea.
— ¿Cómo es ese Anderson? —mi curiosidad iba en aumento. Podía imaginarme a Anderson como compañero, sólo esa imagen me exaltaba de la emoción. Miré a los chicos, extrañado. Tenían un semblante serio.
—Anderson es una persona sin emociones, todos cuentan que no siente dolor cuando le hieren ni cuando hace daño.
—Es como una roca. Una persona de cuidado. Hasta donde sé, según mi hermano mayor, Anderson siempre está solo, nadie resiste a su lado.
— ¡A callar! Están en una prueba, no merendando, carajitos —nos silenciamos. Si ese Anderson no tenía compañeros, sería por algo. Tal vez los mataba. Me recorrió un escalofrío. La imagen de héroe fue cambiando hasta convertirse en una de un asesino en serie, sediento de sangre. Mejor ni me acercaba a él.
Sellé mis labios al recibir el mapa. Empecé a encaminarme al lugar que me indicaba, no quería que otro llegara antes que yo. Mis piernas empezaron a cansarse, esa pelea me cansó a pesar de todo. Era bueno que el bosque estuviera fresco. Un crujir de ramas llamó mi atención, miré al horizonte, pero no había nada. Me concentré de nuevo en el mapa, estaba muy cerca.
Algo enorme se apareció al frente de mí, caí al suelo de la impresión. Un enorme ogro me miraba con furia, un rugido salió de su descomunal boca, dejando ver sus dientes grotescos. Levantó el arma que traía, un enorme garrote que me destrozaría. No me podía mover. Grité desesperado al ver el inminente final.
De reojo observé una sombra que pasó de largo a mi lado, su velocidad fue sorprendente. Le observé hipnotizado. Clavó su espada en el garrote. El ogro levantó el arma, llevándose consigo al guerrero, que pendía del arma. El ogro colocó el garrote en posición vertical para bajar el arma con velocidad y hacerlo papilla, pero el guerrero desenterró la espada y aterrizó en su cabeza. Con precisión y sin dudar, clavó la espada en su cráneo. Los movimientos del ogro se detuvieron, sus ojos dejaron de enfocar, antes que su cuerpo cayera, el guerrero saltó. Me aparté para evitar que ese gran cuerpo me cayera encima. Seguí mirando el cuerpo inerte. Lo había matado, sin dudar, sin inmutarse. Alcé la vista sólo para descubrir que el guerrero me miraba. Quedé impactado pro sus ojos, eran azules como los míos, había muy pocas personas con ojos azules en el reino, eran escasas. El guerrero desenterró su arma del cráneo del ogro, su rostro no reflejó emoción alguna. Llevaba una armadura de guerrero y tenía puesto el casco, por lo que no pude ver bien su rostro. Empezó a alejarse en dirección contraria a mi objetivo. No podía haber dudas, él era…
—Anderson —pronuncié en un hilo de voz. Sus pasos se detuvieron, sus ojos azules se clavaron en mí. Me examinó con la mirada antes de hacerme señas para que le siguiera. Le obedecí al instante. Todo lo que habían dicho era verdad. Anderson no experimentaba emociones. Terminamos volviendo con el resto, me sentí abatido. No había conseguido el objeto. Había caras alegres y otras como la mía. Anderson intercambió unas palabras con el General Raúl antes de retirarse.
—Habrá que hacerte una prueba extra chico, ¿Quién se imaginaría que un ogro fuera a interferir? Menos mal que Anderson estaba presente —todos contuvieron el aliento. —Hemos terminado, mañana se colocaran los resultados en la pared, cerca de la puerta, del castillo, pueden irse. Tú vienes conmigo, te haremos la prueba ahora —murmuraciones frustradas nos despidieron, de seguro todos querían acosarme con preguntas.
La prueba fue de inteligencia, la pasé por poco y todo porque un rayo divino me alumbró el cerebro. Sólo tenía que responder una pregunta, pero me tomó un rato responderla, la pregunta era: Nadie y Ninguno estaban dentro de la casa, Nadie salió por la puerta y Ninguno por la ventana ¿Quién se quedó dentro de la casa? No podía responder nadie porque Nadie salió por la puerta, tampoco podía decir ninguno porque éste salió por la ventana. Aún no sabía cómo se me había ocurrido pensar que Quién era una persona, pero esa fue mi respuesta. Quién se quedó dentro de la casa.
No pude conciliar el sueño en toda la noche. Me deshice de las sábanas y corrí hacia el castillo. Tenía que aparecer en esa lista, tenía que hacerlo.
Unos veinte niños estaban alrededor de una pared del castillo, y en ella estaba un gran papel con letras de color negro, escritas. Empecé a hacerme camino entre los demás niños. Entre empujones, codazos, rodillazos, ya casi llegaba a la lista cuando vi, de nuevo, esos ojos azules. Salí de inmediato de la multitud para encontrarle. No estaba ese guerrero, únicamente estaba una niña con cuerpo muy delgado y frágil, parecía que el viento podía llevársela. Su cabello era largo de un color negro intenso, su piel blanca. Me desconcerté al verle con pantalón, ninguna niña o mujer los usaba. No pude ver su rostro porque caminaba en sentido contrario a nosotros. No sabía por qué, pero mi cerebro comparó su forma de caminar con la del guerrero Anderson, era ridículo, una niña no podía ser un guerrero, y menos ella que podría romperse con cualquier golpe. Resoplé al ver al montón de niños, de nuevo tendría que hacerme camino.
Salté de alegría al ver mi nombre en esa lista, no me importó en absoluto que fuera casi el atardecer, mi nombre allí valía la pena que tuviera hambre y varios moretones en el cuerpo. Pronto podría ayudar a mis padres y protegerlos de los ogros. Recordé a Anderson. Quería ser como él, salvar a alguien como él me salvó a mí. Al despegar la vista de mi nombre, descubrí que estaba solo. Me encogí de hombros, ya se lo diría a mis padres cuando llegara. Di media vuelta para marcharme cuando esa niña apareció de nuevo, ahora podía ver su rostro. Un rostro de ángel, no podía describirse de otra forma la dulzura de sus facciones. El corazón se me detuvo ante su presencia. Sus ojos eran azules como el cielo, sus labios finos pero carnosos de un color carmesí. No podía moverme, no sólo por la gran belleza sino por su semblante frío e inexpresivo. Ella no transmitía nada. Se detuvo a unos metros de mí, sus ojos se encontraron con los míos.
— ¿Buscas a alguien? —no respondí. Su voz no tenía emoción, al igual que el resto de su cuerpo. Se mostró paciente e imperturbable.
—N-no, sólo vine a ver la lista —asintió ligeramente antes de seguir de largo. La seguí con la mirada hasta que se adentró al castillo.
De camino a casa me recriminé por no haberle preguntado siquiera el nombre ¿Quién era? ¿Qué relación tenía con el rey? ¿De dónde venía? Nunca antes la había visto. ¿Por qué no podía dejar de compararla con el guerrero Anderson? Ella era una niña, las niñas no peleaban. No podía sacarme su imagen de la cabeza.
En las primeras semanas de entrenamiento me hice de dos amigos, los niños con los que hablé el día de la prueba, Ulises y Marco, ambos sentían una gran admiración hacia Anderson y procuraban conocer hasta el más mínimo detalle. Había aprendido mucho de ellos. En todos esos días no vi ni a Anderson ni a esa niña, fui al castillo varias veces, pero no la encontré.
—Ya todos han agarrado condición, es hora de que empiecen a perfeccionarse en el arte de combatir y para ello he pedido la presencia de la persona más experimentada —hizo una pausa donde miró hacia un lado, justo en la fila de los guerreros que observaban curiosos, nuestros progresos. —Un paso adelante, Anderson —miré al grupo para poder ubicarle, el guerrero del final de la fila se aproximó a nosotros. —Uno a uno pelearan con Anderson y se les dirá en qué fallaron.
—Pero somos más de veinte —expuso uno de los chicos. El General nos dirigió una sonrisa de burla.
—No se preocupen, lo más probable es que terminen exhaustos antes que ella.
¿Ella? ¿Qué quiso decir con "ella"?
Anderson se alejó, tomando una posición de combate. Nadie se atrevió a enfrentarlo. El General tuvo que llamarnos para empezar con el entrenamiento. Ninguno de nosotros logró durar diez minutos contra él, era invencible.
—Dile sus puntos débiles, Anderson —obedeció de inmediato. Se puso al frente del primero con que combatió, antes de hablar.
—Mal juego de piernas, no hay coordinación con el resto del cuerpo —me quedé congelado, era la misma voz de la niña. Se puso al frente del segundo oponente. —Piensas mucho en tus movimientos, te retrasas en el ataque —así siguió hasta llegar a mí. —Movimientos innecesarios a la hora de atacar, dejas ver muchos puntos vitales —una gran vergüenza me invadió. Anderson siguió con la tarea encomendada.
—Eso será todo por hoy, mañana volverán a tener combates así que tengan en cuenta sus fallos, recuerden que ni los ogros ni los caballeros les perdonaran la vida.
—Frank, vamos a ir a practicar ¿Te unes? —me preguntó Ulises.
—No, voy a otro lado —ellos estaban tan emocionados que ni me preguntaron lo que haría. Me fijé el rumbo que tomó Anderson ¿Qué tenía él que me atraía? ¿Sería su precisión? ¿Su grandeza? Anderson era mi ídolo.
Le seguí de lejos. Sólo quería saber dónde vivía y con quién, ver a los padres del gran Anderson, con ellos sí debía de mostrar emoción alguna.
Me sorprendí de verlo entrar al castillo como si nada ¿Tendría asuntos con el rey? Los guerreros en las puertas no le dijeron nada. Era mediodía, no tenía nada qué hacer ¿Me dejarían entrar para hablar con él?
—Identifíquese —me ordenó el guerrero.
—Frank Smith.
—Hijo de Jack, un gran hombre —comentó el otro.
— ¿Qué asuntos te traen al castillo? —antes de responder, vi salir a la niña. Me le quedé mirando, viéndola alejarse.
—Acabas de llegar de entrenamiento, sabes que al rey Marcano II no le gusta que te sobre esfuerces —la niña siguió con su camino. —Esa niña es imposible, no obedece ni al rey.
—No puedes culparla, después de lo que vivió es normal que se comporte de esa manera —seguí mirando a la niña. — ¿Qué asuntos le traen, Frank Smith? —volví como de un sueño.
—Ahh… no, ninguno —salí detrás de la niña. Le di alcance gracias a que detuvo su andar. —Hola —saludé con falta de aire.
—Te falta condición —siguió mirándome sin inmutarse por mi cansancio.
— ¿Cómo te llamas?
—No tengo nombre —permanecí en silencio, esperando el resto de la respuesta, pero nunca llegó.
—Entonces ¿Cómo te dicen?, de algún modo tienen que nombrarte. Mi nombre es Frank Smith —le extendí mi mano, ella no la tomó.
—Anderson —me reí. La niña sí que sabía hacer bromas. Paré de reír ante su seriedad.
—Tú no puedes ser Anderson, Anderson es un guerrero —siguió mirándome con esos ojos fríos.
— ¿Qué quieres? Me has seguido desde el entrenamiento —le miré receloso. Estaba seguro de no haberla visto allá.
—Sólo quería conocerte —retomó el camino ¿Estaba ignorándome? — ¿A dónde vas?
—A entrenar.
— ¿Necesitas ayuda? —se detuvo.
—No, no necesito ayuda y menos de un mocoso — ¿Cómo ella se atrevía a decirme mocoso?
—No tienes que insultar, sólo estaba siendo amable.
—Eres un estorbo, lárgate — ¡Qué malcriada era! No era ningún ángel.
—Mira niña, yo soy un guerrero así que no deberías de molestarme, soy el encargado de protegerte —sentí un golpe en el estómago. Esa niña me había dado una patada certera y fuerte.
—No necesito que me protejan y menos un guerrero tan inepto que ni puede esquivar este ataque —no pude responder. Esa patada me quitó el oxígeno. La niña se alejó, en ningún momento demostró alguna emoción, no parecía capaz de sentir nada. Que niña tan horrible, la belleza era lo único lindo que tenía, de resto era malcriada, violenta y carente de emociones, sin mencionar mentirosa ¿Quién se iba a creer que ella era Anderson? Ensuciaba el nombre de ese gran guerrero.
Se me desencajó la mandíbula al enterarme que Anderson y esa niña eran la misma persona, fue en un entrenamiento donde el General nos mandó a quitarnos los cascos. Todos los nuevos estaban impactados, mientras que los mayores nos veían divertidos.
¿Esa niña me salvó del ogro? ¿La misma que me dio la patada? No podía creerlo.
Era una presumida, malcriada, violenta. Se creía mejor que todos ¿Por qué ni podía sacármela de la cabeza? Ella era todo eso, pero también era solitaria, nadie se acercaba a ella, todo el que lo intentara salía mal parado.
Ya llevábamos dos meses de entrenamiento, era hora de que eligieran a los candidatos para una misión. Todos nos pusimos en fila, emocionados. El General empezó a nombrar a los elegidos.
—Ramón Correa, Julián Palacios, Frank Smith, Héctor Justo y Anderson.
— ¡No! —grité. Todos me miraron asustados. De inmediato me avergoncé ¿Por qué había gritado?
— ¿Sucede algo, Frank Smith?
—No puede mandar a Anderson, ella es una niña —la atmósfera se puso pesada.
—Anderson es la mejor de todos ustedes, lo ha demostrado en todo este tiempo ¿En qué te basas para negarle ir a la misión?
—Mírela, su cuerpo no tiene las condiciones de un guerrero ¿Cómo pudieron aceptarla? —todos volteamos al escuchar el sonido del metal. Anderson se había quitado su armadura. Salió del grupo, empuñando su espada. Se paró al frente de mí.
—Me gané mi puesto y luché más que tú, ahora mismo vamos a luchar, si logras vencerme, me retiraré de los guerreros —los mayores sonrieron mientras que los nuevos contuvieron el aliento.
—No lucharé contigo —salté hacia atrás para evitar el corte de su espada.
—No te lo pregunté.
—Frank Smith, acabas de atentar contra el honor de tu compañera, si te rehúsas al combate, estarás manchando su honor y el tuyo propio —habló el General con voz severa. Empuñé mi espada.
El combate duró toda la tarde. Anderson me golpeó, me cortó, me hizo caer miles de veces. Me humilló frente a todos, yo no era rival para ella, lo dos lo sabíamos, pero a Anderson no le importó. Me hizo caer de nuevo, levantó su espada para clavarla en mi rostro. Cerré los ojos, sentí un corte en mi mejilla. Al abrir los ojos me encontré con la cara de Anderson a centímetros de mi rostro y su espada a un lado de mi cara.
—Yo sí soy una guerrera ¿Qué eres tú? —un silencio reinó. Anderson desenterró su espada, profundizando el corte. Se alejó de todos, sin mirar a alguien en concreto.
Me había humillado ante todos los guerreros, esto no se iba a quedar así, Anderson pagaría por esto. Ya veríamos si seguiría sin sentir emociones después de lo que le haría.
Le misión fue todo un éxito, era bastante sencilla, sólo desviar el curso de los ogros hacia el territorio de los caballeros.
Pasaron otros dos meses donde todos nos volvíamos mejores, no veía la hora de vengarme de Anderson. No podía dejar de pensar en ella, no la odiaba, entendía su reacción, pero quería hacerla sentir algo, verla expresar, aunque sea, una emoción.
—Frank ¿Estás seguro de esto? —me preguntó Ulises. —Ya pasó mucho tiempo, además fuiste tú quién cometió la imprudencia de faltarle el respeto.
—He esperado mucho tiempo, hoy será el momento ideal.
—Puede ocurrir un accidente ¿Tiene que ser hoy que aprendemos a montar a caballo? —Marco se veía inseguro.
—No hay de qué preocuparse, ella tiene buenos reflejos, no se hará daño —menearon la cabeza.
—No te vayas a arrepentir después —dijeron al unísono.
Los mayores nos ayudaron a montarnos en los caballos. A Anderson le tocó uno blanco, estábamos sin armadura ¿Por qué algo me decía que no lo hiciera? Imaginar su cara asustada sería invaluable, sólo eso me instó a seguir.
Algunos tenían problemas en manejar sus caballos, varios de los mayores tuvieron que guiarlos. Anderson no, por supuesto, ella había agarrado el truco rápido. Para mi suerte, logré domar al animal después de un rato. Esperé a que Anderson se alejara un poco de los demás, nadie debía verme.
—Anderson —le llamé. La mencionada alentó el paso del caballo. Logré ponerme al frente de ella y del caballo. —Mira esto —dejé al descubierto a una serpiente muerta. Anderson ni se inmutó, pero la serpiente no era para ella, era para el caballo. Todos los caballos del reino les tenían pavor a las serpientes, en las misiones que les asignaban siempre les picaba una como mínimo, la mayoría de ellas eran inofensivas.
— ¿Qué…? —el caballo se alteró. Anderson intentó calmarlo. El caballo se puso en dos patas, logrando que la serpiente que sostenía se enredara en su cara. Me asusté, eso no era parte del plan. El caballo se sacudió de un lado a otro, intentando quitarse a la serpiente. Anderson no podía con él. El caballo empezó a correr sin control. — ¡Apártense! —gritó, para que los animales no colisionaran.
— ¡Anderson! —mi caballo corrió detrás del de ella. Muchos gritos se presentaron al ver el caos, todos se apartaban de su camino. De súbito, su caballo iba a arrollar al General. No había tiempo para que él se quitara. Anderson tiró de las riendas con fuerza, el caballo se puso en dos patas. La serpiente se deslizó de su cabeza, haciéndole perder el equilibrio a causa del miedo. En cámara lenta observé como el caballo caía de espaldas, aplastando a Anderson.
— ¡Quiten el caballo! —ordenó el General. El corazón se detuvo. Los mayores lograron quitarlo, pero Anderson no se movió. Un círculo se formó alrededor del General y de Anderson. Escuché, de nuevo, mis latidos al verla moverse, pero no se levantó. Su mano se cerró fuertemente alrededor de su brazo derecho. —Guerrera Anderson, levántese —Anderson no respondió ni obedeció. Mantenía los ojos cerrados y la mandíbula tensa. —Anderson, levántese —el General se agachó preocupado para poder observarla. —Llamen a José, rápido —dos jóvenes corrieron a llamar al médico del rey. No podía apartar mi vista de ella. No quería que las cosas terminaran así, yo no quería verla herida.
No pasó mucho tiempo antes que llegará José, su respiración era acelerada, echó una mirada rápida hasta encontrar a su paciente. Llegó a su lado en un suspiro. Escuché un quejido de ella cuando José la movió. No podía sentirme peor.
—No puedo atenderla aquí, es muy probable que tenga fractura —el General frunció el ceño. Se veía angustiado.
— ¿Es muy grave? —José asintió.
—Anderson ¿Puedes caminar? —movió la cabeza en negación. —Te llevaré al castillo ¿Estás de acuerdo? —volvió a negar.
—No… necesito… ayuda —su voz era apenas un hilillo de sonido.
— ¿Crees que al rey le gustaría verte así ahora? Los más grandes guerreros saben cuándo reconocer sus límites —hizo una pausa larga. —Te lo pregunto de nuevo ¿Aceptarás que te lleve al castillo? —Anderson dejó de sostenerse el brazo, respiró hondo antes de levantarse, dejándonos sin aliento. Apenas dio un paso cuando perdió el conocimiento. El General la atrapó en seguida. —Tan obstinada como siempre. Vayan a sus casas, el entrenamiento acaba por hoy —Ulises y Marco me alcanzaron, ambos me miraban nerviosos y acusadores.
—Te dije que algo pasaría, mira lo que le hiciste —me gritó Marco.
—Yo no quería…
—Si antes te dio una paliza por atentar contra su honor ¿Qué te hará ahora que le rompiste un brazo? —me entró un escalofrío al escuchar a Ulises.
—Voy a verla —no esperé sus respuestas. Salí despedido para alcanzar a José y al General.
—Creo que está es su primera fractura después de lo que le ocurrió a su pueblo —habló José.
—Sí, es una chica resistente, engaña a cualquiera con su aspecto.
—Ni una fractura a pesar de todo lo que le has hecho hacer —el General rió.
—Anderson cuando se propone algo lo logra, acabas de verla —el médico y el General me miraron extrañados cuando les di alcance.
— ¿Ella está bien?
—Hay que esperar para saberlo —me respondió José.
— ¿Puedo acompañarlos? —se miraron entre ellos.
—Mira chico, Anderson es resistente más que cualquiera, preocuparse por ella es inútil e innecesario. No permitiré que vuelvas a insultarla como aquella vez —me mantuve firme. —No sé qué le pasa a la juventud, todos son unos desobedientes —sonreí victorioso.
Al llegar al castillo, José se ocupó de Anderson. El rey Marcano II no tardó en aparecer, se veía muy angustiado. Todos esperábamos inquietos. José salió, su rostro calmado nos relajó.
—Una fractura limpia, tardará cuatro meses en sanar, es afortunada considerando que le cayó encima un caballo.
—Cuatro meses —repitió el General. —Se retrasara en los entrenamientos.
—No será problema, General. Conoce a Anderson tan bien como yo, ella encontrará la forma de alcanzarlos —el General sonrió, hizo una reverencia antes de retirarse. José le imitó. Los ojos del rey Marcano II me penetraron. —Y tú debes ser el hijo de Jack Smith, eres igual a tu padre ¿Eres amigo de Anderson? —permanecí mudo. Era la primera vez que veía en persona al rey. —Ella no despertara en un rato, puedes venir a verla mañana, ahora tendrás que disculparme, pero quisiera estar con ella a solas —asentí, hice una reverencia. Me sorprendí de sentir su mano en mi cabeza.
Salí del castillo sintiéndome la peor persona del mundo. Le había roto el brazo a Anderson ¡Su primera fractura! ¿Qué clase de guerrero era? Ahora era más que seguro que ella me matara, tenía los días contados. En cuanto se recuperara, Anderson no tendría piedad de mí.
Tal y como me ordenó el rey, fui a verla al día siguiente. Los guerreros de la entrada me permitieron entrar, uno de ellos me guió hasta el trono del rey, donde se encontraba sentado esperando la llegada de alguien.
—Señor —saludé haciendo una reverencia.
—Jovencito —respondió al saludo. Me erguí. —La señorita Anderson no debe tardar en venir.
— ¿No debería estar descansando? —asintió despacio mientras exhibía una sonrisa. Las puertas se abrieron, dejando ver la figura de Anderson. Caminó hasta posicionarse al frente del rey, todo el tiempo me ignoró.
—Señor —se inclinó, haciendo una reverencia. Me extrañé de eso ¿Acaso ella no era pariente del rey? La mirada que el rey le dirigió fue una de tristeza y seriedad.
—Señorita Anderson, has recibido visita hoy —Anderson levantó una ceja. El rey me señaló con un gesto de la cabeza. Los ojos azules de Anderson me miraron sin emoción alguna.
—Voy a salir —comentó, dirigiéndose al rey ¿Por qué me ignoraba? Era una descortesía lo que hacía.
—Tienes prohibido salir, ya te lo he dicho —Anderson mantuvo su postura, no se dejaba vencer por las palabras del rey. — ¿A dónde vas?
—A mi pueblo —el rey asintió.
—Procura no llegar tarde —Anderson volvió a hacer la reverencia y se retiró. Me quedé boquiabierto, ni se dignaba a mirarme. —Jovencito, no la juzgue mal si no la conoce, ella no es una mala niña sólo que la vida le ha dado un golpe duro muy difícil de superar —me desconcerté al ver su semblante sombrío. Me despedí con la reverencia antes de salir.
Anderson era la niña más maleducada que había conocido ¿Por qué seguía preocupándome por ella? Si podía caminar con su brazo fracturado, entonces debía de estar bien. Anderson era tan perfecta, tan fría y tan solitaria ¿Por qué era así?
"La vida le ha dado un golpe duro muy difícil de superar"
¿Qué clase de golpe era ese?
"No puedes culparla, después de lo que vivió es normal que se comporte de esa manera"
¿Qué ocultaba Anderson? Todos parecían saberlo, menos nosotros los niños.
"A mi pueblo"
Si quería saber algo de ella, entonces debía seguirla. La encontré en un puesto de flores. La señora le sonreía al entregarle un ramo de flores de diferentes colores, Anderson lo tomó con dificultad con su mano izquierda. Siguió sin mostrar emoción alguna. Me sentí mal, ella era diestra y por mi culpa ahora tendría dificultades para hacer sus cosas.
Empezó a alejarse de las casas pobladas. Más de una vez se detuvo, y cada vez que lo hacía, yo me escondía en cualquier rincón. Me sorprendí al verla entrar a un pueblo destrozado, estaba en ruinas, el suelo era arenoso, las casas estaban despedazadas, y nadie se encontraba allí. Según recordaba ese pueblo fue el que masacraron los ogros por culpa de los caballeros, pero todos teníamos prohibido entrar en él ¿Por qué Anderson entraba como si nada? Dudé unos segundos sobre seguirle, no podía entrar, pero ella estaba herida por mi culpa, si algo le llegaba a pasar…
Mis pies se movieron detrás de su figura. Anderson se paseó por todas las calles del pueblo, miraba a su alrededor detenidamente y varias veces su vista se quedó fija en algunos animales rastreros. Siguió caminando, me parecía que su cabeza se mantenía cabizbaja. Quedé paralizado al verla entrar al cementerio. No pude moverme, sólo fui capaz de verla acomodarse el ramo en su brazo fracturado mientras que con el izquierdo arrancaba de a una flor para colocarla en las tumbas, una flor por cada tumba. Sus ojos azules se llenaron de una gran tristeza, dolor y desolación. ¿Qué debía hacer? Este parecía ser un momento muy íntimo.
Recordé una conversación que mi papá tuvo con mi mamá hace algunos años, hablaba sobre este pueblo y que hubo un superviviente, una persona fue la única en sobrevivir a tal masacre ¿Sería ella? Eso explicaría por qué era como era. Todos los adultos conocían la historia a la perfección mientras que a los niños se la ocultaban, tal vez trataran se proteger a Anderson, para que pudiera tener amigos sin que la juzgaran ni le recordaran ese día.
Anderson se detuvo frente a tres tumbas, se veían muy juntas, como si fueran de una misma familia. Se sentó frente a ellas, todo el tiempo mantuvo la vista en el suelo.
Quería ir hasta allá y abrazarla, eso era lo que necesitaba, Anderson necesitaba que alguien estuviera con ella, pero ¿Con qué derecho lo hacía? Le rompí el brazo, lo que ella menos quisiera es encontrarse conmigo.
Pasaron horas sin que se moviera, sólo levantó la vista cuando un pájaro levantó vuelo. Al verla incorporarse me oculté. Apenas mirara en mi dirección, me vería, suerte que un árbol podía cubrirme hasta que ella se fuera. Escuché sus pasos hasta que se detuvieron, se me puso la piel de gallina al verla frente a mí con su habitual rostro sin emoción.
— ¿Qué quieres? Me has seguido todo el día —el bochorno me invadió. Puse toda mi voluntad para actuar como si nada.
— ¿Cómo lo supiste?
—Te escuché —fruncí el ceño ¿Me escuchó? Pero yo la estaba siguiendo muy de lejos como para que me escuchara. — ¿Qué quieres? —repitió. Miré su brazo fracturado.
—Quería disculparme por lo de tu brazo.
—Esto era lo que querías, por eso le enseñaste la serpiente al caballo —me quedé sorprendido, no sólo por su rápida deducción sino por la simpleza en que lo decía, como si no le importara que por muy poco la mataba.
—No quería que te lastimaras —me defendí.
—Los caballos se alteran con facilidad con las serpientes, querías asustarlo para hacerme caer y eso implica que querías hacerme daño —no encontré palabras, lo decía de tal modo… ¿No le importaba que le hubiera hecho eso? No me demostraba odio, ni rabia, nada, no me demostraba nada.
— ¡No quería lastimarte, sólo quería verte…!
—Asustada, que pidiera ayuda —me interrumpió. La boca se me secó. —Querías vengarte, humillarme de igual forma como yo lo hice contigo en aquella oportunidad — ¿Cómo podía permanecer tan tranquila? —Estamos a mano —empezó a alejarse, dejándome atónito ¿A mano? Yo le había roto un brazo mientras que ella me hizo pasar vergüenza. Le di alcance de inmediato.
— ¿Te duele mucho? —se detuvo en seco. Me miró con dureza.
—No te importa, no necesito que te preocupes por mí, ocúpate de tus asuntos, mocoso —volvió a alejarse. Era imposible con ella, ya entendía por qué no tenía amigos. Anderson era insoportable, no me volvería a preocupar por su persona, nunca más lo haría.
Pasaron tres años donde Anderson me golpeó, me humilló, me degradó y me insultó cada vez que me preocupaba por ella. Aún no lo entendía, no sabía cómo es que le seguía preguntando "¿Estás bien?", cuando estaba solo me decía que no se lo volvería a preguntar, pero cuando la veía… no podía evitarlo, las palabras salían al igual que la molestia de ella, al menos ya no podía tachársele de inexpresiva, ahora todos podían afirmar que Anderson se molestaba y en serio. Eran normales esas escenas donde ella me dejaba en el suelo y clavaba su espada en mi mejilla, ese era su movimiento favorito. Muchos me decían que lo dejara, Anderson no cambiaría, y yo mismo lo sabía, pero al verla lo olvidaba, y mucho más si la herían en batalla.
Entré a la tienda de inmediato, José atendía a Anderson, que fue herida en el brazo, en batalla, estábamos en medio de una batalla, íbamos ganando gracias a Anderson. José terminó con ella, Anderson se puso su casco con la mano que le quedaba, gracias al accidente de hace tres años, Anderson aprendió a usar ambas manos para el combate. Caminó a la salida. Apreté los labios para no preguntarlo, mis ojos se encontraron con los suyos.
— ¿Estás bien, Anderson? —pregunté, cerrando los ojos esperando el golpe. Sentí la cercanía de su cuerpo. Me desubiqué al escuchar sus pasos alejarse. Suspiré, al menos esta vez optó por ignorarme… o no. Anderson se detuvo a medio camino, giró la cabeza para mirarme.
—Estoy bien, Smith —abrí los ojos como platos. Anderson terminó de salir. Sentí varias palmadas en mis hombros y en mi espalda. Seguía sin poder creerlo. Anderson, por primera vez en tres años, me había contestado. Sonreí abiertamente. Lo había logrado, el corazón me rebosaba de felicidad, Anderson había aceptado que me preocupara por ella.
Pasaron meses, casi un año donde estuve a su lado sin que ella me apartara. Todos nos veían sorprendidos al tiempo que sonreían. Me ocupé en conocerla, ya conocía su pasado, me había enterado que el día de la masacre también era el día de su cumpleaños, y todos los años Anderson iba a su pueblo. Siempre la acompañaba hasta el cementerio, me quedaba en la entrada mientras ella se quedaba allí con la cabeza gacha. Anderson no hablaba de sí, pero igual me gustaba estar con ella, así fuera para conocer todas esas mínimas expresiones y movimientos, tenía la esperanza de que algún día lograría hacerla sonreír al menos y que algún día me dejaría abrazarla, tenerla cerca de mí. Ahora lo entendía, amaba a Anderson, por eso nunca podía dejar de pensar en ella. La amaba y estaba dispuesto a todo con tal de protegerla y cuidarla. Quería que se olvidara de la venganza, el rey Marcano II también se lo decía, pero Anderson era muy obstinada y optaba por ignorarnos. Soñaba con que ella algún día me dejara quererla, pensar en tenerla en mis brazos me volvía loco. Pero esos sueños murieron cuando salimos a una misión y Anderson tuvo que ofrecerse para que esos sucios desgraciados bastardos de mierda, liberaran a Ulises. Cayó en manos del enemigo por no seguir indicaciones, por retrasarse un mísero minuto, y Anderson pagó las consecuencias. A partir de allí me di cuenta que ya nada podría hacer por cumplir mis sueños, ellos le habían hecho un daño muy profundo, y ahora ella se alejaba de todos y de todo. Llegar a donde ella era imposible, al menos para mí.
Sergio logró rescatarla y ahora podía ver a Anderson feliz ¿Qué mejor regalo que escuchar su risa? Ver esa sonrisa que a veces me dirigía era algo inigualable. Jamás le quitaría aquello. Su felicidad era la mía y siempre sería así. Si ese Sergio la lastimaba y la volvía a convertir en lo que era, no se lo perdonaría, le quitaría la cabeza y quemaría su cuerpo. Algo exagerado tal vez, pero no permitiría que un caballero ni nadie, borrara esa sonrisa de su rostro. No ahora que había conocido lo que era la felicidad.
—Te amo Anderson, y porque te amo es que dejo tu felicidad en manos de Sergio, porque sé que él puede dártela —pensé al verla vencer a Luka, haciendo su movimiento favorito. Hacer caer al enemigo y enterrar la espada a un lado de su rostro. ¡Cómo le gustaba hacerlo, desde que tenía doce! Algunas cosas no cambiaban y ésa era una de ellas.

 




















domingo, 11 de septiembre de 2011

Ogro acuático

Hola a todos!! ¿Cómo la han pasado?
Estuve divagando con los personajes de la historia y cuando pensé que ya tenía a todos los ogros hechos, descubro que me falta a uno y es justamente el ogro acuático que cuida la puerta de la entrada al mundo de los ogros ¿lo recuerdan? del cap. 27 "Entrando a la boca del lobo"
Bien, pues me puse a hacer el dibujo y me gustó bastante como quedó, así que se los traigo para que puedan verlos n_n
Les presento a los ogros guardianes

Recuerden que estos ogros no eran más grandes que un humano,pero sí un poco más anchos, con una velocidad sorprendente y una fuerza asombrosa, como que engañan a simple vista ¿no?
Acercamientos al rostro del guardián *-*

Exactamente igual a la del principio, es que no pude decidirme entre ellas dos n_nU 












Acercamiento de la anterior. Lo admito me gustó tanto que repito la imagen u.u es que muy pocas veces me gusta tanto un dibujo mío.